Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
JUNIPERO SERRA Y LAS MISIONES DE CALIFORNIA

(C) José-Luis Anta Félez



Comentario

CAPITULO XXIV


Providencias eficaces que dió su S. Excâ. para los nuevos

Establecimientos por el informe del V. P. Presidente

Fr. Junípero.



Habiéndose detenido el Barco algún corto tiempo en el nuevo Puerto de Monterrey, tuvo lugar el V. Padre para explorar, así aquel terreno, como los demás de sus inmediaciones: y conociendo por su notoria práctica y alta comprensión, que no convenía permaneciese la Misión nombrada San Carlos en el sitio que estaba establecida, respecto a carecerse allí de las tierras necesarias para las labores, y de agua para el riego; y que a distancia de una legua en las Vegas del Río Carmelo, había estas proporciones y las demás que señalan las Leyes de Indias deben tenerse presentes; lo informó todo exactamente al Exmô. Señor Virrey, e Illmô. Señor Visitador general, suplicándoles tuviesen a bien que la Misión de San Carlos se mudase a las Vegas del Río Carmelo.



Hízoles presente asimismo la innumerable Gentilidad que la Expedición había descubierto en el espacioso tramo de más de trescientas leguas que se cuentan desde la Frontera de San Fernando Vellicatá, hasta el Puerto de N. P. S. Francisco, como también los muchos y buenos sitios que ofrecían aquellos terrenos, para la formación de Pueblos y Misiones; pudiéndose de ellas hacer una dilatada cordillera, establecerse todas casi a la Costa del Mar del Sur, así para la comunicación, como para convertir a Dios tantas almas, que sepultadas en las tinieblas del Gentilismo perecían eternamente por falta de quien les enseñase la verdadera luz de nuestra Católica Religión. Y que para conseguir tan importantes designios, era necesario que viniesen muchos Operarios Evangélicos, con todo avío de ornamentos y vasos sagrados para la Iglesia, utensilios de casa, y herramientas de campo, para imponer a los recién bautizados en el laborío de tierras, para que por este medio con los frutos que se cogiesen, pudieran mantenerse como gentes, y no como pájaros, según lo hacían con las silvestres semillas que produce el campo; y lograr al propio tiempo su cultura y adelantamiento.



Lo mismo escribió al R. P. Guardián del Colegio, con la expresión, de que aunque viniesen cien Religiosos, habría para todos que hacer, por la mies abundante que había Dios puesto allí a la vista del Fernandino Colegio. A él acababan de llegar, casi al propio tiempo que esto informaba el V. Padre, cuarenta y nueve Religiosos que venían de España, pues entraron el día 29 de Mayo del año de 1770.



Luego que S. Excâ. recibió aquel informe, y otro igual el Illmô. Señor Visitador D. José de Gálvez, movidos ambos del mismo celo de la conversión y salvación de las almas, pasaron Villete al R. P. Guardián de San Fernando, pidiéndole treinta Religiosos Sacerdotes, los diez para que a más de las Misiones mandadas fundar con los títulos de San Diego, San Carlos y San Buenaventura se estableciesen otras cinco con las advocaciones de N. P. San Francisco, Santa Clara, San Gabriel Arcángel, San Antonio de Padua, y San Luis Obispo de Tolosa, en esta nueva California.



Otros diez para cinco nuevas Misiones en el País, que media entre San Fernando Vellicatá y San Diego, con los nombres de San Joaquín, Santa Ana, San Juan Capistrano, San Pascual Baylón, y San Félix de Cantalicio; y los diez restantes para Compañeros de los que estaban solos en las antiguas Misiones. En vista del católico pedimento de S. Excâ. nombró el R. P. Guardián y V. Discretorio (de los Religiosos que se ofrecieron voluntariamente) el citado número pedido, y se dio parte al Exmô. Señor Virrey.



En cuanto S. Excâ tuvo este aviso del Colegio, dio las providencias correspondientes a efecto de que se entregasen a los Religiosos todos los Ornamentos, vasos sagrados, campanas, y demás útiles para las Iglesias, y Sacristías de las diez Misiones; asimismo mandó dar al Síndico del Colegio diez mil pesos, mil para cada una, con el fin de que se comprasen los demás efectos que se necesitasen para Iglesia, campo y casa; y para el gasto del camino mandó se entregasen cuatrocientos pesos para cada uno de los Misioneros, cuyo Sínodo debía empezar a correrles desde el día de su salida de San Fernando. Envió S. Exca. orden al propio tiempo al Comisario de Marina de San Blas, para que se aprontase el Paquebot San Carlos (que había arribado a aquel Puerto después que el San Antonio) para pasar a Loreto a llevar los veinte Misioneros, y que el San Antonio saliese para Monterrey, con los diez restantes; y que en ambos Barcos se hiciese el correspondiente Rancho para los Religiosos de cuenta de la Real Hacienda; y que se procurasen embarcar en ellos cuantos víveres cupiesen. Así se ejecutó todo, como veremos en el Capítulo siguiente, debiéndose tan favorables providencias a la eficacia de los informes del V. P. Junípero, y a las fervorosas oraciones en que no cesaba de pedir a Dios este su amante Siervo enviase Operarios a esta Viña, procurando al propio tiempo atraer a los Gentiles al Puerto de Monterrey.